Al
ciudadano desencantado que deambula por las calles actualmente le gusta poder
echar mano de argumentos que ayuden a explicar su malestar hacia el estado de
las cosas. La sociedad se encuentra en un círculo de crispación y escepticismo
cada vez mayor, y todos parecemos estar de acuerdo en que el mundo en el que vivimos
no es el más propicio ni el más justo.
El reflejo de cada sociedad, aunque nos
duela reconocerlo, es el que proyecta la clase política de turno que, como toda
organización regida por la mano del hombre, acaba viendo su esencia corrompida.
Los intereses particulares de esta elite democráticamente elegida se imponen en
su asumida potestad de actuar según le convenga como grupo de elegidos, por encima
de quienes les han aupado al poder.
¿Puede haber algo más opaco, controvertido y
desengañado que una legislatura de cuatro años? Sí, la campaña electoral que
concluye con la victoria del partido futuro gobernante. Cuando las espadas
están en alto, las partes implicadas establecen sus propias reglas del juego dejando
a la moral y la legalidad muy mal paradas.
Esta idea es la base que impulsó a George
Clooney, cineasta comprometido como pocos para con su deber cívico, a adaptar
la obra Farragut North, de Beau Willimon. El director descubrió este
texto hace unos años, pero la coincidencia de las elecciones americanas de 2008
(en las que venció Barack Obama) le movió a esperar un tiempo prudencial para
llevarlo a la gran pantalla. Ese momento llegó el año pasado, y el público ha
podido disfrutar ya, y estremecerse al mismo tiempo, con este inquietante canto
a los entresijos del poder.
Los idus de marzo nos presenta a un
joven idealista (Ryan Gosling) que empieza a trabajar como director de
comunicación en la campaña de un prometedor candidato (el propio Clooney) que
se presenta a las elecciones primarias del Partido Demócrata en el estado de
Ohio, el cual suele ser clave a la hora de dilucidar al candidato definitivo en
la lucha por la Casa Blanca.
Durante la campaña, el personaje de Gosling
irá conociendo a todos los participantes en ese juego por la supremacía
proporcionalmente unido a la degradación del contrincante. Su involucración
tendrá un carácter irremisible, y sus valores e ideas primitivas sobre la
intachable imagen de la política se verán totalmente comprometidos.
En su cuarto filme como actor-director (tras
debutar en 2002 con Confesiones de una mente peligrosa), George Clooney
retoma los temas graves, de trasfondo crítico y de denuncia social apuntados en
Buenas noches, y buena suerte, aunque esta vez ambienta la historia en
nuestros días para constatar que el juego sucio del poder no ha desaparecido en
pleno siglo XXI ni tiene visos de extinción.
La película habla de lo que hay detrás de la
democracia, de un sistema dirigido y ejecutado por personas sin escrúpulos y
del estercolero en el que se manejan. Moviéndose en su segundo plano durante el
metraje, el aspirante demócrata es la viva imagen del político idealizado, de
sonrisa permanente y principios insobornables ante la opinión pública. Él es la
cara visible de un partido que trabaja en la sombra con la avidez de atraer los
votos del electorado, el cual queda reducido a una masa manipulada e
influenciable.
Esta historia evidencia que nadie que
participe de forma interesada en este juego está libre de pecado. La certeza de
que hasta el más incorruptible tiene sus secretos y que los tentáculos de la
codicia, la fama y el ansia de poder pueden alcanzar a cualquier ciudadano, volteando
sus ideales, queda ejemplarmente expuesta en el filme y resulta abrumadora.
Los idus de marzo pertenece a ese
tipo de cine comprometido propio de los años 70, filmes ajustados a la realidad
del momento, crónicas cuasi periodísticas de las corruptelas de los poderosos y
que se limitan a ofrecer los hechos sin aventurar respuestas. Seguramente
porque no hay nadie capaz de apuntar soluciones o alternativas a un sistema que
se nos ha impuesto como ideal, en el que la toma de decisión del ciudadano cuenta
mucho menos de lo que desearíamos.
La puesta en escena de una historia con este
trasfondo resulta compleja y muy delicada, por lo que hay que alabar la audacia
de Clooney para desarrollar este proyecto cuya financiación ha sido muy difícil
de encontrar. Su intención es mandar un mensaje al espectador, haciendo que
reflexione y tome parte de lo que se le cuenta. Y a fe que lo consigue, pues la
trama resulta en todo momento interesante y la mayoría de personajes muy
sólidos.
El nominado al Oscar por Los
descendientes demuestra inteligencia en la confección del reparto y se
rodea de grandes nombres. Ryan Gosling, que desde Drive se empeña en
hacer de la economía de gestos su bandera interpretativa, construye una performance
muy acertada en su rol de conductor de la narración. Y en el papel de los
directores de campaña en ambos bandos demócratas encontramos a dos intérpretes
de lujo como son Philip Seymour Hoffman y Paul Giamatti.
Cabe achacarle al director que haga uso de
algunos lugares comunes, principalmente el que desata la trama y origina las
dudas del personaje protagonista. Además, ciertos personajes secundarios quedan
desdibujados, algo que ya sucedía en Buenas noches, y buena suerte. En
este caso ocurre con el apartado femenino, donde tanto Evan Rachel Wood (la
becaria en la campaña de Clooney) como Marisa Tomei (en su rol de periodista)
tienen poco peso y pedían más detenimiento en su desarrollo de guión.
El nombre de George Clooney ha adquirido en
los últimos años, por derecho propio, la marca distintiva del mejor cine
americano gracias a proyectos que no buscan sólo entretener, sino transmitir la
amargura del presente a la audiencia en busca de una movilización, de una
respuesta emocional. Como él mismo ha reconocido recientemente, su deseo es ir dejando
la interpretación en pos de la dirección, pues “resulta mucho más estimulante
ser el pintor que la pintura”, afirma.
Su figura me recuerda cada vez más a la del
Clint Eastwood. Intérpretes solventes que debutan tras la cámara (curiosamente,
ambos con 41 años) y que adoptan un estilo fílmico puramente clásico, de
narraciones lineales y con trasfondo amargo.
Habrá que seguir pues muy atentos a todo lo
que Clooney nos pueda ofrecer. Por el momento, su huella como cineasta se consolida
y campea por Hollywood incorruptiblemente.
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